¿Cuál es la función de un cuentacuentos en la sociedad?

Ser cuentacuentos es una profesión, y una respetada. El pueblo sirio ha acostumbrado a mantener fuerte su identidad gracias, en parte, al poder cohesionador de los relatos. El hilo conductor no es un hilo cualquiera, sino la inmensísima riqueza del léxico árabe, que no es capaz de explicarse dentro del encorsetamiento de otro idioma.

Contar es, de alguna manera, revivir o anclar. Cuando un hakawati está ejerciendo su labor, está poniendo la dignidad colectiva por encima de todos los avatares contextuales o históricos; aunque sean tan relevantes como una guerra (y sus consecuencias) que continúa después de once años.

Esta misma guerra ha dejado solo en su tarea a Abu Sami, allí donde antes tenía una competencia feroz dentro de la ciudad. En el café Nawfara de la ciudad vieja de Damasco es posible encontrarle, resistiendo el paso del tiempo, tal como las historias que cuenta. También podemos encontrar a Ghazwan Bostaji en Alepo, ciudad que procura conservar esta tradición que es patrimonio inmaterial.

La gente puede quedarse hasta la madrugada embebida con estas historias que nos hacen recordar a Sherezade y su odisea por ganarle “tiempo al tiempo” en Las mil y una noches. Es importante destacar que si antaño tenían gran importancia los poemas tradicionales y los relatos románticos, el conflicto ha supuesto un viraje: los mitos históricos de sultanes, llenos de bravura e insertos en lo épico suponen ahora la mayor demanda. Hay personas que acuden a escuchar al hakawati para olvidar los horrores cotidianos; otros, para resistirlos con conciencia.

Estos narradores de la cultura común van desapareciendo por las propias condiciones mal remuneradas de su trabajo, y por el exilio que la guerra ha supuesto; pero no dejan de ser un tesoro antropológico cuya funcionalidad enraíza bien fuerte.